Érase una vez, en un bosque mágico lleno de criaturas extravagantes, una conejita morada llamada Derder. Era una de esas conejitas místicas que podía transformarse en niña a voluntad. A Derder le encantaba el color morado, y todo lo que poseía era en varios tonos de este color real.
Derder pasaba la mayor parte del día recorriendo el bosque, jugando con sus amigos y buscando nuevas aventuras. Tenía una personalidad contagiosa, y todos los que la conocían se sentían atraídos por su carácter amigable y alegre.
Un día, mientras exploraba el bosque, Derder se topó con un hermoso jardín de flores. El jardín estaba lleno de flores de colores, y cada una parecía brillar a la luz del sol. Derder quedó cautivado al instante y decidió pasar el día explorando este hermoso lugar.
Mientras paseaba por el jardín, se encontró con una niña que recogía flores. La niña se alegró mucho de conocer a Derder y le preguntó si quería ayudarla. Derder aceptó encantado, y juntos pasaron la tarde recogiendo las flores más hermosas del jardín.
Al ponerse el sol, la niña agradeció a Derder por su ayuda y se despidió. Derder comprendió que era hora de volver a su forma de conejita y saltar de vuelta a casa con su familia.
Tras despedirse con la mano, Derder se transformó en su forma de conejito y se adentró en el bosque saltando. Mientras saltaba entre los árboles, no pudo evitar sonreír al pensar en el maravilloso día que acababa de vivir. Estaba agradecida por la nueva amiga que había hecho y por el hermoso jardín que había descubierto.
Desde ese día, Derder visitaba el jardín de flores con frecuencia, y cada vez que lo hacía, recordaba los felices recuerdos que había creado allí. Y mientras seguía explorando el bosque mágico, sabía que siempre la esperaban nuevas aventuras en cada esquina.